Los
pasos siguientes hacia la cercanía interpersonal involucran la comunicación.
Dos aspectos cruciales de esta comunicación son el grado en que las dos
personas que interactúan descubren áreas de similitud y hasta qué punto ambos
indican agrado mutuo a través de lo que dicen y de lo que hacen.
3.1.
Similitud:
cada oveja con su pareja
Actualmente se acepta ampliamente
el rol de la similitud como promotora de la atracción interpersonal. Los
cónyuges se parecen entre sí en muchos aspectos. Los estudios encontraron que
las parejas de amigos o cónyuges muestran un grado de similitud mayor que la
dada por el azar . Debido a que era posible que el agrado llevara a la
similitud y no viceversa, Newcomb (1956) investigó a estudiantes universitarios
de intercambio y encontró que la similitud de actitudes (medida antes de que
los estudiantes se conocieran) era un predictor del agrado posterior. A pesar
de que estos hallazgos fueron convincentes, los científicos prefieren los datos
experimentales si los experimentos son posibles, en consecuencia, los
psicólogos sociales comenzaron manipulando la similitud y evaluando la
atracción.
3.2.
Similitud
o disimilitud de actitudes como un determinante de la atracción.
Mucha de la investigación
experimental inicial se centraba en la similitud de actitudes, término que
generalmente se utiliza para referirse a la similitud de creencias valores e
intereses, al igual que a la similitud de actitudes. El típico estudio de laboratorio
sobre similitud seguía un patrón en donde, primero, se determinaban las
actitudes de los participantes en la investigación, y luego, a esos
participantes se les daban las actitudes de un extraño y se les pedía que
indicaran cuánto les gustaba esa persona (Byrne, 1961b). Los resultados de
estos experimentos indican claramente que a las personas les agradan más
aquellos que tienen actitudes similares a las suyas que aquellos que tienen
actitudes disímiles, y que evalúan a extraños que son similares a ellos como
más inteligentes, mejor informados, más morales y mejor adaptados.
Investigaciones posteriores indicaron que nosotros respondemos a las opiniones
de los demás de una manera sorprendentemente precisa. En este sentido, se
encontró que podemos evaluar a las personas en base a la proporción de
actitudes similares que tenemos con ellas, para lo cual se evalúa la posición
de la otra persona en una variedad de temas; de ahí resultan temas en los que
tenemos una actitud similar (afecto positivo) y otros en los que tenemos un
actitud diferente (afecto negativo), luego se suman el número de temas en los
que hay coincidencia y esto se divide entre el número total de temas. Este
cálculo puede utilizarse sin importar el número total de temas que se estén evaluando
(Byrne y Nelson, 1965). Como resultado tenemos que mientras mayor es la
proporción de actitudes similares, mayor es el agrado, tal como se muestra en
la Figura7.16. No sabemos cómo funciona este proceso en realidad, pero este
resultado pareciera indicar que las personas utilizan esta simple matemática
afectiva. La relación entre la proporción de actitudes similares y la atracción
se encontró que no sólo es fuerte, sino que es verdadera independientemente del
número de temas de acuerdo-desacuerdo o la importancia de esos temas, y que es
válida tanto para hombres como para mujeres, y a lo largo de los diferentes
grupos de edad, de los diferentes niveles educativos y en diferentes culturas
(Byrne, 1971). La mayoría de los intentos de encontrar diferencias individuales
han fallado, sin embargo, se ha encontrado que las personas con alta necesidad
de afiliación, tanto en Estados Unidos como en Singapur, muestran una actitud
más positiva hacia los extraños que son similares a ellos, que las personas que
tienen una baja necesidad de afiliación (Kwan, 1998). De igual manera,
experimentos realizados en Francia indican que las personas que buscan
auto-evaluación no son tan sensibles a la similitud-disimilitud como aquellos
que simplemente buscan la validación de sus puntos de vista (Michinov y
Michinov, 2000). Además, se ha encontrado que las personas extrovertidas
muestran un mayor rechazo hacia los extraños que no son similares a ellos, que
las personas introvertidas (Singh y Teoh, 1999). En su momento, se creía que la
relación entre similitud y atracción estaba muy bien establecida (Duck y
Barnes, 1992; Cappella y Palmer, 1990, 1992); sin embargo, hallazgos más
recientes, obtenidos en otras áreas de investigación han hecho surgir
importantes interrogantes que nos llevan a modificar nuestras
conceptualizaciones. Tal como se discute en la sección psicología social:
treinta años de progreso, nuestra comprensión del vínculo entre similitud y
atracción ha estado bajo continuo escrutinio y cambio. La similitud en general
es preferible a la disimilitud, conclusión más general a la que se puede
llegar, aun cuando mucha de la investigación sobre atracción se ha concentrado
en las actitudes. En este sentido, a las personas tienden a agradarle otras que
son similares a sí mismas en lo referente a muchos atributos, por ejemplo, en
atractivo físico (Zajonc et al., 1987), y hacen suposiciones más positivas
acerca de las parejas cuando ambas personas son atractivas que cuando una es
atractiva y la otra no (Garcia y Khersonsky, 1997). De manera análoga, nos
agradan aquellos que son similares a nosotros en sociabilidad (Joiner, 1994),
consumo de marihuana (Eisenman, 1985), afiliación religiosa (Kandel, 1978),
rasgos de personalidad y afectivos (Watson, Hubbard y Wiese, 2000), autoconcepto
(LaPrelle et al., 1990), roles de género tradicionales versus no tradicionales
(Smith, Byrne y Fielding, 1995), ser una «persona diurna» versus una «persona
nocturna» (Watts, 1982) y reirse de los mismos chistes (Cann, Calhoun y Banks,
1995). ¿Por qué esto es así?
3.2.1. ¿Por qué la similitud y la
disimilitud afectan la atracción?
Una respuesta sencilla es que la
similitud genera afecto positivo, mientras la disimilitud genera afecto
negativo, y sabemos que este afecto influye en la atracción, pero una pregunta
más de fondo es ¿por qué la similitud o disimilitud de otra persona hace que
reaccionemos emocionalmente? La explicación más antigua, propuesta de forma
independiente por Newcomb (1961) y Heider (1958), es la teoría del equilibrio
(Hummert, Crockett y Kemper, 1990), la cual plantea que las personas organizan
de manera natural sus agrados y desagrados en una forma simétrica. Cuando dos
personas se agradan y encuentran que son similares en algunos aspectos
específicos, esto representa equilibrio, y el equilibrio es emocionalmente
agradable. Cuando dos personas se agradan y encuentran que son disímiles en
algunos aspectos específicos, esto representa desequilibrio, y esto es
emocionalmente desagradable. En este último caso, las personas se esfuerzan por
recuperar el equilibrio cambiando las actitudes y conductas propias, o de la
otra persona, para lograr mayor similitud, percibiendo erróneamente el grado de
disimilitud, o simplemente decidiendo que no se agradarán el uno al otro. Si lo
que se da es desagrado, éste crea un estado de no-equilibrioque no es
especialmente placentero o displacentero, debido a que las personas
involucradas sienten indiferencia frente a la similitud o disimilitud del otro.
La teoría del equilibrio no explica realmente por qué la similitud es
importante, aunque es una teoría que parece correcta. ¿Por qué debe importarnos
si alguien tiene diferentes preferencias musicales, creencias religiosas o se
levanta temprano en la mañana? Una respuesta a esta pregunta la aporta la
teoría de la comparación social de Festinger (1954). En efecto, comparamos
nuestras actitudes y nuestras preferencias conductuales con las de los demás
porque es la manera principal que tenemos de evaluar lo acertados que estamos y
lo normales que somos. Nos volvemos hacia los otros para obtener validación por
consenso (véase Capítulo 9). Es placentero descubrir que tienes buen juicio,
que eres normal, que estás en contacto con la realidad, etc., y no es nada
placentero descubrir que tu juicio es imperfecto, que eres anormal, o que
puedes perder contacto con la realidad. Tal como Una explicación diferente y
quizás no incompatible, se basa en una perspectiva evolucionista, y propone que
el odio y la crueldad han sido parte integral de la historia humana,
demostrando así nuestra capacidad para el genocidio. Gould (1996, p. 64)
describe este proceso básico:
Quizás desarrollamos estas
capacidades como adaptaciones activas, y ahora son un fracaso en el mundo
moderno. Los genocidios actuales pueden ser un triste legado de conductas
originadas por un beneficio Darwiniano durante nuestra construcción ancestral
como pequeños grupos de cazadores y recolectores en las sabanas de África.
Después de todo, el mecanismo de Darwin sólo alienta el éxito reproductivo de
los individuos, no el sueño moral del compañerismo humano a través de toda la
especie. Quizás los rasgos que llevan al genocidio moderno —xenofobia,
sociedades tribales, anatematizar a los extraños como infrahumanos y por lo
tanto sujetos a aniquilación— adquirieron importancia durante nuestra evolución
temprana debido a que aumentaban la supervivencia en sociedades pequeñas y no
tecnológicas basadas en el parentesco, que vivían en un mundo de recursos
limitados bajo la ley de matar o morir. ...Los chimpancés, nuestros parientes
más cercanos, andan en grupo y sistemáticamente matan a los miembros de los
grupos adyacentes. Quizás estemos programados para actuar de esa manera
también.
Byrne (2001) se dedicó a este tema
y demostró que mucho del rencor de los seres humanos se basa en reacciones de
disimilitud, como dijo Howard Stern, personalidad de la radio, «Si no eres como
yo, te odio» (Zoglin, 1993). Parece que los peores actos de barbarismo están
dirigidos hacia aquellos que difieren del perpetrador en términos de raza, etnia,
lengua, creencias religiosas, orientación sexual, afiliación política, etc.,
«En el alma humana está programada una preferencia por lo cercano y familiar y
un recelo de lo remoto y abstracto» (McDonald, 2001). ¿Por qué ocurre eso?
Imagina la época descrita por Gould donde nuestros ancestros primitivos
entraban en contacto sólo ocasionalmente con humanos de otros grupos. Horney
(1950) ha descrito tres reacciones posibles a los extraños: las tendencias a
acercarse, a alejarse o a ir contra ellos. Lynn Fairbanks ha observado que
algunos monos reaccionan ante un mono desconocido yendo de prisa hacia él,
mientras otros lo evitan y otros muestran una conducta agresiva (Carpenter,
2001). Estos tres patrones de respuesta tienen consecuencias potenciales
diferentes. Si los humanos prehistóricos extraños eran benignos, ir hacia ellos
de una manera amigable era beneficioso para ambos grupos. Sin embargo, si
representaban una amenaza (que era lo más probable), ir hacia ellos
amigablemente y con confianza era la respuesta más peligrosa y menos adaptativa
que podían tener. La supervivencia, y por lo tanto, la reproducción, dependían
de la retirada o el ataque, y atacar era probablemente lo que más aseguraba la
supervivencia, tal como se muestra en la Figura7.17. La agresión humana es
particularmente despiadada. Bandura (1999) indica que es muy fácil liberar el
control moral y justificar los actos crueles e inhumanos, por ejemplo, es
sencillo atribuir nuestro enfado y nuestros impulsos violentos a otros —si yo
lo quiero dañar está justificado porque él me quería dañar a mí (Schimel et
al., 2000)—, y una vez los individuos y los grupos comienzan a dañar a otros,
la conducta malvada aumenta en intensidad (Staub, 1999). Si lo dicho es cierto,
entonces significa que estamos programados para temer y odiar a los extraños
que son visiblemente diferentes a nosotros. Recuerda que la disimilitud es sólo
una de las fuentes de la provocación; tal como veremos en el Capítulo11, la
agresión humana tiene muchas otras fuentes. Hay evidencia creciente de que
nosotros estamos alerta de forma automática a las indicaciones que nos
advierten de las consecuencias positivas o negativas de la interacción, y en
función de eso acercarnos o evitar la fuente de esas indicaciones (Bargh, 1997;
Bargh y Chartrand, 1999;
Chen y Bargh, 1999; Wentura, Rothermund y Bak, 2000). Esas reacciones pueden
haber sido cruciales para la supervivencia entre nuestros antiguos ancestros,
sin embargo, hoy en día constituyen la base del prejuicio, de los crímenes por
odio y del desagrado generalizado hacia cualquiera que sea diferente a
nosotros.
3.3.
Agrado
mutuo: nos atraen aquellos a quienes atraemos
Una vez que dos personas descubren
que son lo suficientemente similares como para establecer una amistad, es
crucial dar un paso adicional: cada persona debe de alguna manera comunicar al
otro su agrado y evaluación positiva (Condon y Crano, 1988). A la mayoría de
nosotros nos agrada recibir retroalimentación positiva y nos desagrada recibir
evaluaciones negativas (Gordon, 1996), incluso es poco probable que los
comentarios negativos, relativamente suaves o bien intencionados, sean bien
recibidos (como se sugiere en la Figura 7.18). En el otro extremo, una
evaluación positiva incluso errónea (Swann et al., 1987) o un intento de halagar
que sea torpe es muy bienrecibido; para un observador el halago puede parecer
claramente insincero, pero para la persona involucrada es más probable que el
halago le parezca honesto y preciso (Gordon, 1996). Cuando en una organización
un empleado es especialmente agradable con el superior pero desagradable con
los subordinados, esa persona es vista como particularmente desagradable, esto
se conoce como el efecto baba (Vonk, 1998). Este patrón de «hacer la pelota
hacia arriba y dar patadas hacia abajo» resulta muy desagradable para aquellos
que están siendo pateados e incluso para aquellos no involucrados
personalmente, pero la conducta positiva hacia el superior es sin embargo una
estrategia interpersonal efectiva. En un estudio de casi 150 gerentes en organizaciones
públicas y privadas, se encontró que jactarse no era una conducta útil, pero
que aquellos que utilizaron técnicas para conquistar el favor de los demás en
el trabajo reportaron los mayores aumentos de salario y más promociones en un
período de cinco años (Orpen, 1996). Esta conducta no es nueva, cuando Alexis
de Tocqueville viajó desde Francia en 1831 para estudiar a Estados Unidos,
observó que los estadounidenses tenían un talento especial para congraciarse
con todas y cada una de las personas que pudieran hacer algo por ellos (Lapham,
1996). Sin embargo, bajo circunstancias normales, a la mayoría de las personas
no les gusta criticar a los demás. Muchas veces las personas hacen comentarios
interpersonales positivos con el propósito de ser corteses y de evitar herir
los sentimientos de los demás, en lugar de pretender obtener algo a cambio.
DePaulo y Bell (1996) realizaron un estudio donde pidieron a los participantes
hablar sobre pinturas hechas por estudiantes, algunas de las cuales les agradaban
y otras les desagradaban. Cuando el artista estaba presente, los participantes
no dieron una retroalimentación totalmente honesta, en cambio, intentaron hacer
tantos comentarios positivos como era posible, incluyendo algunas mentiras
descaradas.
El agrado y las evaluaciones
positivas a menudo se expresan en palabras, sin embargo, a veces la primera
señal de atracción viene dada por indicios no verbales (discutido en el
Capítulo 2). Por ejemplo, cuando una mujer mantiene contacto visual con un
hombre mientras conversan y se inclina hacia él, el hombre tiende a interpretar
estas acciones (a veces incorrectamente) como señales de que él le agrada. A su
vez, estos indicios positivos a menudo llevan a que a él le agrade ella (Gold,
Ryckman y Mosley, 1984).
3.3.1. Atracción: panorama general
A lo largo de este capítulo, hemos
acentuado la idea de que la atracción se basa en respuestas afectivas; este
concepto general se conoce como el modelo de atracción centrado en el afecto.
El énfasis en el afecto no significa que los procesos cognitivos sean
irrelevantes; como se muestra en la Figura 7.19, se cree que el estado afectivo
de la Persona B (ya sea activado directamente por la PersonaA o simplemente
asociado con esa persona) juega un papel muy importante determinando la
evaluación que B hace de A, y la conducta subsiguiente de B hacia A. Nosotros
formamos y guardamos automáticamente esas evaluaciones en la memoria (Betsch et
al., 2001). Igualmente, es necesario que B procese cognitivamente toda la
información disponible sobre A (incluyendo estereotipos, creencias y
conocimiento objetivo), información que contribuye a la evaluación que B hace
de A, debido a que dicha información puede activarse afectivamente.
Por supuesto, al mismo tiempo que B
está reaccionando y procesando la información acerca de A, A está haciendo lo
mismo con respecto a B. Un posible resultado final es una relación positiva
entre A y B. La mayoría de la información en este capítulo tiene valor muy
práctico en el mundo real. Asumiendo que a ti te gustaría más agradar a los demás
que desagradarles, échale un vistazo a ¡Ideas para llevar contigo y utilizar!,
sección donde puedes obtener algunas sugerencias útiles.
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